En esa época la discoteca era ya un reflejo de lo que había sido un día. Fue en ese momento, en los sótanos que un día fueron una de las más radiantes salas de Valladolid, en la que un joven cantautor luchaba por encontrar su voz. Eran tiempos de montañas de sangre, de comparaciones odiosas y de esforzarse por encontrar a alguien que te comprendiera.

Después llegó otro día de máquinas humanasrojas amapolas y de comparaciones cada vez menos odiosas. El cantautor se había convertido, por derecho propio, en poco menos que en una gran esperanza castellana, en una voz electrificada de lo que vivir en el valle supone para muchos de nosotros.

Ahora, por fin, Kiko es Kiko Sumillera. Y “Jardín sin vigilancia” lo refleja mejor que nunca: la mitología comparada entre cantautores aquí no tiene sentido.

Ahora, decimos, Kiko es Kiko Sumillera, un crooner introspectivo que mira tanto a su experiencia vital en Nueva York (“Tres veces al día”) como, de nuevo, a su valle entre flores, jaleo y reivindicaciones (“Cuando despierte Castilla”).

Ahora Kiko igual oscurece un bolero y lo convierte en algo tenue y sutil sobre un cementerio con vistas (“Historias de fantasmas”) que se da un baño de teclados juguetones bañados en “Purpurina”.

Lo mismo se muestra —aparentemente— más optimista que nunca (“Jardín sin vigilancia”) que pone orden —aparentemente— en el desorden (“Mi nombre”).

Igual se da un viaje interior atravesando los campos por carreteras nocturnas (“Repeticiones”) como deja pasear a su parte más hedonista (“Hollywood tiene la culpa”). 

Tan vacaciones en la Costa Brava como fino observador de noches de decadencia pasadas. Tan The War On Drugs como anhelante por un futuro mejor para su tierra. Tan introspectivo como abierto a colaborar con uno de los conjuntos de músicos más fiables de Valladolid, responsables de armonías vocales delicadas y de apuntes de guitarras afiladas. Tan dispuesto para las armas —el sentido es figurado— como para las flores —aquí no tanto—.

El Kiko de hoy es más auténtico si cabe y ahora su voz ya es suya y solo suya. Ahora, más que nunca, Kiko es Kiko Sumillera.

Texto por Juanjo Abad