Pía Tedesco

      

En 2019 cambió el mundo y cambió mi vida. Me diagnosticaron un cáncer de mama y el suelo desapareció de debajo de mis pies.

Pasé meses entre cirugías y tratamiento. Tuve que dejar los escenarios, a los que siempre he considerado como “mi vida” y centrarme en tratarme lo mejor posible. Mientras me recuperaba, decidí ir a un curso de trabajo meditativo, diez días de voto de silencio, once horas de meditación diarias, medio ayuno, levantarse a las 4am y entregar el teléfono hasta la última jornada. Ya lo había hecho otras veces y siempre fue maravilloso. Al estar tan desconectados del mundo, quienes nos inscribimos en este curso, siempre bromeamos con la posibilidad de que al salir de allí nos encontraríamos con que han bajado los extraterrestres o que ya no existen las ciudades. Ninguna noticia del exterior durante once días. El curso acabó a finales de febrero de 2020, al ir al supermercado vi a varias personas usando mascarillas, el “chino” de mi barrio cerrado hasta nuevo aviso (no había cerrado ni en navidades durante diez años). Locked out. Y yo venía de meses en soledad por mis tratamientos, luego once días en silencio.

Ahora, una pandemia. Mucho tiempo en silencio y soledad. Necesité sacar de dentro de mí las canciones que nunca había terminado de componer. Mi “otro yo”, pedía a gritos cantar con sus propias palabras y cantar desde una voz distinta y una música que le perteneciese. Me recuperaba sola en casa y confinada. Empecé a hacer arqueología musical y emocional y recopilé muchas notas de voz del teléfono, apuntes en papelitos sueltos, textos de mi tablet y archivos del ordenador. Armé el rompecabezas de las canciones que nunca habían terminado de nacer. Al mismo tiempo tomé online clases de composición para mejorar mis músicas y escribí nuevas canciones. Muchas canciones. Como para dos discos. Durante todos esos meses de soledad (no tenía aún ni a mis gatitos), había dejado de escuchar ciertas músicas que generaban en mí una admiración intelectual y distante y comencé e escuchar sólo lo que me hacía sentir bien. Ese era el único filtro.

Me alejé un poco de Kurt Weill y me acerqué a Atahualpa Yupanqui, guardé la colección de jazz beebopero y free y volví a escuchar las canciones que cantaba de pequeña. Volví a The Beatles, a Queen, a Bach, y a escuchar a las divas como Della Reese, Yma Súmac, Tita Merello, Sara Vaughn, Ella Fitzgerald,, al folklore español, a María Elena Walsh, a las músicas de raíz de aquí y de allá. Me centré en todo lo que me había convertido melómana y cantante.

Grabé maquetas durante todo el confinamiento. Luego, busqué un productor con el que trabajar las canciones, hasta que me di cuenta de que, esta vez, debía hacerlo yo misma y rodearme músicos y personas que entendiesen lo que yo quería crear. Fue fundamental trabajar con los músicos Joshua Díaz (clarinete), Alejandro Ollero Pollo (contrabajo), Gonzalo Maestre (batería) y en especial con Néstor Ballesteros, que creyó en las canciones y me apoyó desde el primer momento. Santiago Quizhpe, el ingeniero de sonido ha sido muy importante, también. Con este equipo y unos amigos e invitados de lujo (Alexis Díaz-Pimienta, Zenet, Jorge Pardo, Fabián Carbone, Víctor Coyote, Los Hermanos Cubero, y Jimmy Barnatán) este disco, el primero de canciones propias, nace como “CELEBRACIÓN”.

CELEBRACIÓN es una colección de músicas creadas no sólo para ser escuchadas con atención, sino también para hacer compañía a quien le dé al “play”, y ser una buena banda sonora para quien esté en su día a día fregando platos, haciendo la compra o viajando en su coche. Esas músicas, las de “acompañar” fueron las que más alegría me dieron en mis días más solitarios.

Contratación: kiko@elvolcanmusica.com Comunicación: nuria@nuriaribapromo.com