Lero viene de Monterrubio de la Serena, un pueblo pequeño de apenas 2000 habitantes situado al sur de Badajoz. Hace 6 años que se mudó a Madrid para hacerse un hueco a su manera.
Las suyas son canciones feliztristes: de esas que te abrazan por dentro mientras te dejan una sonrisa en la cara. Esa forma de mirar el mundo, con ternura y desengaño a la vez, es también lo que define su sonido. Un letrista que se mueve entre géneros sin pedir permiso: demasiado indie para los del urbano, demasiado urbano para los del indie. O quizás, simplemente rural, si uno se fía de sus raíces.
La historia que quiere contar Lero con su nuevo disco no es una historia de éxito.
Es la historia de cuando no lo hay.
De cuando sacas dos discos (Arena, 2021 y Planetas, 2023), te dejas la piel en cada letra, en cada directo, en cada videoclip… y nada cambia.
Cuando lo das todo y aún así nadie te conoce.
Cuando la ilusión de los inicios se desgasta, pero no se rompe del todo.
Por ello, Lero se autoproclama Rey de la Montaña, un lugar inventado en el que, al fin, su música es escuchada. Un reino donde el tiempo se detiene y no existen las expectativas; donde nunca llegas tarde. Una canción que no habla solo de él, sino de cualquiera: porque aunque esa montaña no exista, durante 1:50 minutos todos podemos sentirnos reyes en ella.
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